Crisis, angustia y emergencia subjetiva en psicoanálisis

Crisis, angustia y emergencia subjetiva en psicoanálisis

¿Necesitás terapia?

Nuestra colega, la Lic. Silvia M. Cossio, nos ha compartido generosamente uno de sus artículos publicados para la revista Actualidad Psicológica (2010), en que se aborda la cuestión de la crisis, angustia y emergencia subjetiva en psicoanálisis.

Situemos una clave fundamental: una crisis puede convivir con lo mismo, la angustia no.

Solemos asociar la idea de crisis con un estado pasajero, con una fase de mutación o cambio. El diccionario nos implica además en una esfera de separación y de quiebre, pero lo cierto es que se puede estar en un estado permanente de crisis.

Por supuesto esto conllevaría el hecho de que se destiña como “patológico” lo que transita por cierta grieta, que hace al atributo más pregnante de una crisis, naturalizando esa fase de ruptura como un meneo precario del psiquismo en el intento de encajar lo anormal dentro de un encuadre que deviene exigido y dilatado. De este modo un día de pronto y sin anuncio ese estado fragmentado y pesadumbroso deja de comprometer al individuo en su dolor o sufrimiento, ya que ha pasado a vivir en estado de emergencia pero sin urgencia subjetiva.

Así que, lo primero que debiera aislarse en el sintagma “crisis de angustia” es la implicación de estas dos palabras en dicha asociación: si una crisis afecta a una persona entonces hay una discontinuidad temporal y espacial en la historia del sujeto que además puede eternizarse, pero si esta crisis es de angustia, aparece asimismo una urgencia subjetiva que la crisis per-se no trae, un compromiso singularísimo del sujeto con esa zona de quiebre que lo pone en apremio desde un tiempo propio.

Distingamos aquí dos tiempos distintos, uno lineal, que se puede transitar de modo inmutable, y el otro radial y ciertamente turbulento, cuya travesía implica siempre una novedad -y no en el sentido de descubrimiento de algo que ya estaba allí de algún modo ignorado- sino que es novedoso por nuevo, ya que experimentar ese tiempo alborotado puede resultar también en una actividad creadora, y creadora de… sujeto.

Se puede traer el peso de una crisis a una cura, y con ello los avatares de una historia. Quien la traiga pondrá en palabras un pasado, un presente y un futuro lineal, puede con esas palabras ir y venir en el tiempo, manejar su entrada y su salida de esa historia, podrá reconocerse allí, incluso recordarse, y esto sin que el tiempo, los hechos, o el sujeto sufran ningún cambio más que el alivio de una lábil descarga discursiva. Es que el peso de una crisis que indudablemente atañe a una persona no está siempre amarrado a un necesario factor de cambio.

Distinto es cuando alguien habla desde el apremio angustioso en lo que los psicoanalistas llamamos: transferencia, ya que está en condiciones de justamente “transferir” a otro espacio -y no precisamente físico- el fundamento de esa angustia, sus bases.

Cuando la crisis es de angustia quien la padece se siente exigido a apostar en el juego de la vida, quiera o no.

La urgencia se hace presente porque responder es la llave de salida de la situación angustiosa. Pero si esta crisis es tan importante, ¿no amerita que la respuesta sea elaborada?

La angustia de una crisis subjetiva marca lo último como un límite y la angustia hace la diferencia.

Entonces insistamos: una crisis puede convivir con lo mismo, la angustia no.

Desoír la angustia en el intento de naturalizar una crisis redunda en desesperanza, como inclinación sigilosa hacia la mismidad.

Y estar angustiado es sentirse en juego, es presentir que algo puede cambiar.

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